Cerca del templo donde vivía el maestro Hakuin, vivía una joven con su padre.
Su nombre era Osatsu, y aunque según la tradición japonesa ella estuviese en edad para casarse, por más que su padre insistiese ella no quería hacerlo, prefiriendo estudiar los Sutras.
Cierto día, después de leer un Sutra, tiró el libro sobre una mesa y se sentó encima de él,
dando fuertes carcajadas.
Asustado, su padre fue a ver a Hakuin en busca de consejos. El maestro resolvió ir a hablar con la joven. Al ver llegar a Hakuin ella sonrió y se sentó enfrente suyo.
“Me dijeron que te sentaste encima de un Sutra”, preguntó el maestro.
“Sí”, respondió la mujer, “pues soy más digna de respeto que un simple libro de sutras.”
Hakuin la miró y dijo:
“En ese caso es mejor ir para el templo y no permanecer más en casa”.
“Me dijeron que te sentaste encima de un Sutra”, preguntó el maestro.
“Sí”, respondió la mujer, “pues soy más digna de respeto que un simple libro de sutras.”
Hakuin la miró y dijo:
“En ese caso es mejor ir para el templo y no permanecer más en casa”.
A partir de ese día Osatsu practicó Zen bajo la orientación de Hakuin.
Después de algún tiempo, siguiendo los consejos del maestro, ella se casó y tuvo hijos, aunque continuaba practicando Zen.
Cuando envejeció, ella tuvo nietos, a los que amaba mucho.
Ya entonces era considerada una sabia maestra.
Un día sucedió que uno de sus jóvenes nietos enfermó y murió.
Un día sucedió que uno de sus jóvenes nietos enfermó y murió.
En el día del funeral, Osatsu abrazó el ataúd y lloró mucho. Uno de los presentes, extrañado, le dijo:
“Entonces, aunque seas Iluminada por la Sabiduría, sufres más que nosotros?”
“Yo amaba mucho este nieto mío!” dijo simplemente la sabia Osatsu, entre lágrimas.
“Entonces, aunque seas Iluminada por la Sabiduría, sufres más que nosotros?”
“Yo amaba mucho este nieto mío!” dijo simplemente la sabia Osatsu, entre lágrimas.